Eternidad y angustia, mirada y escritura: saciamiento suicida del deseo; Marguerite nos trae una historia que se sostiene en la mirada femenina y su relación con la pulsión libidinal entre los cuerpos, relación que no puede alejarse demasiado de la muerte.
Sofocada en su rutina, Anne, la mujer que sólo sale de su casa para “sacar a pasear” a su hijo, se ve envuelta en la posibilidad de ser espectadora de un crimen, a partir de aquí todo es obsesión: la necesidad de volver al lugar del asesinato, la invención de la historia previa de un hombre que asesinó a su amante porque ella misma se lo pidió, la hipocresía del amor prohibido basado en la embriaguez. Pero la invención de un pasado sólo desencadena la relación del propio deseo y su imposibilidad, el amor que sólo puede ser en la muerte, en la mera representación de una misma escena que se repite como secuencia paradójica de una obra de teatro, como circularidad estable del absurdo.
Anne constituye un personaje expuesto inevitablemente a la caída, una vida aburrida, un ser automático, un tópico repetitivo en la literatura francesa; incluso podría aburrirme y generar un contacto con la ya conocida lectora flaubertiana que aburrida en su vida provinciana se refugia en los libros. Pero Emma Bovary, que muere una y otra vez con el rosa de sus novelas, se distancia de la protagonista de Moderato Cantabile en una bifurcación indisoluble. Para empezar, Anne no se reinventa como Emma, sino que sólo logra vivir y desear desde la visión del asesinato, Anne sólo encuentra el goce situándose en una posición de “voyeuse”, de excitación fetichista respecto a los amantes protagonistas del crimen; por otro lado, Emma prefiere escribir “sus propios crímenes” basados en sus novelas, en cambio Anne nunca cruza esa línea que divide el discurso de la acción, a ella no le interesa la satisfacción corporal de su deseo, sino que su deleite está en narrar lo ajeno, su historia está basada en la incompletud, en la búsqueda de un deseo quimérico, inaccesible. Entonces enuncia, repite, interroga, todo para perderse en la angustia perpetua de una escritura imposible, una narración eterna del deseo, una satisfacción inalcanzable. Anne Desbaresdes nunca logra escribir el final de su historia, Anne nunca muere, nunca llega.
Es en su fracaso, en su reconstrucción personal del tiempo y del espacio vivido por otros donde se instaura la dinámica creativa de Marguerite Duras: recomenzar una y otra vez, prolongarse sin cesar de un trabajo a otro tejiendo una historia destinada a la destrucción, tal y como le ocurre tarde a tarde a esa Anne Desbaresdes encerrada en un café de provincias.